Buscando aventuras.
Mi papá solía decir "las mujeres no andan solas por ninguna parte" (creo que todavía lo dice), pero cuando tienes un día libre de tu trabajo y la bicicleta del hostal, te dan ganas de salir a aventuriar.
Vivir en Guatapé hace un poco más fácil eso de aventuriar; lo malo fue no haber pedido permiso para tomar la bicicleta, pero bueno, esa es otra historia.
Coger una maleta y coger la carretera que va rumbo a San Rafael y tener la posibilidad de ver lo que queda de la represa que se está secando, ver a una persona conectada con la naturaleza y pescando "Jack Daniels" se hacía llamar. No hables con extraños dicen los papás, pero tenía que parar a preguntarle por qué estaba solo y de dónde venía. Me acerqué a él para preguntarle todo, dijo que venía en su moto desde Medellín , que le gustaba quedarse mirando el paisaje y pescar lo relajaba mucho. Le pregunté también si no le molestaba salir solo, a lo que respondió no. "Conectarse con uno mismo es necesario, a veces es mejor salir solo", fue lo que agregó; entonces en ese momento pensé que sí, a veces es muy bueno viajar solo, podés tomar la misma "estúpida" foto una y otra y otra vez y nadie te acosa, hasta que tienes la que es.
Intenté tomarle varias fotos, hasta que obtuve una muy buena, la expresión de su cara era como de relajado, pero asustado al mismo tiempo, quién sabe por qué, demás que su papá también le decía que no hablara con extraños cuando era un niño. Después de obtener la foto que yo quería, me despedí del amigable "Jack Daniels", no sin antes dejarle una tarjeta del hostal en la moto, para que se hospedara en el Encuentro cuando pasara por Guatapé (si ves Greg que hasta le hago propaganda al hostal).
Mientras iba en la bicicleta, disfrutaba al máximo el paisaje y pensaba en lo increíblemente delicioso que se sentía el aire el mi cara, la libertad que experimentas cuando vas en una bicicleta es comparable con muy pocas cosas.
Mientras bajaba por la carretera me preguntaba a dónde ir, contemplé la posibilidad de ir a San Rafael, pero recordé que ya conocía el pueblo y que iba a ir a regresar al día siguiente. Entonces recordé que cuando había ido a San Rafael unas semanas antes, había visto un letrero que decía Alejandría, muy poco visible por cierto, pero por lo menos lo había notado.
Todo iba muy bien, pero no puedo negar que al estar sola sentía un sustico, pero la curiosidad por conocer otro de los pueblos del Oriente antioqueño le ganó a la frase de mi papá de que las mujeres no van solas a niguna parte y olvidando completamente que la bicicleta no era mía y que no le había dicho a nadie para donde iba (peligroso si te pasa algo), pero me monté de nuevo en la bicicleta y empecé a subir el camino de trocha, un poco difícil para mi condición física, que aunque había mejorado estos últimos meses por haberle dado la vuelta al anillo varias veces (muy recomendada la verdad), no era la mejor para subir. A pesar de eso, decidí hacerlo, por supuesto fue necesario preguntar por dónde ir porque no conocía el camino.
Al preguntar el camino, todo tenían el mismo argumento: "No, eso queda muy lejos, usted no alcanza a llegar en esa bicicleta", o la misma pregunta "¿Usted se va a ir sola hasta por allá, y es que no le da miedo que se la roben?", pero yo quería conocer Alejandría y entonces seguí el camino de trocha.
El camino para llegar a Alejandría no sólo tenía subidas, para ser sincera también tenía muchas bajadas, que se supone que son la parte más sencilla del camino, y sí, lo son, pero con mi caída en otra de mis salidas a darle la vuelta a Guatapé, se me hacía un poco difícil, no quería caerme, ése es el problema de cuando te caes, que ya no puedes volver a correr en la bicicleta como loco y sí que es bueno, o que lo diga nuestro amigo Esteban.
No puedo decir que la pedaleada fue continua, porque sí paré varias veces porque estaba un poco cansada, pero hasta el cansancio era delicioso Me faltaba camino, pero esa es la ventaja de los lugares desconocidos, que te dices a tí mismo, yo puedo, ya voy a llegar, me imagino que no falta tanto, cuando en realidad todavía falta mucho.
Después de unas cuantas horas, ya me encontraba cerca del pueblo, quería pedaliar más fuerte y llegar rápido a la plaza, pero cuando iba subiendo ví el letrero de un hostal, el mismo que habían ido a promocionar en días pasados.
Entré al hostal "The Golden Elephant", un hostal muy campestre y con una vista envidiable, a lo lejos se veía el Río Nare y la montaña, Pregunté cuánto costaba el hospedaje y me quedé hablando por un largo rato con Diego, el dueño del hostal, quien estaba terminando de hacer el letrero de la entrada, especial por los materiales que estaba utiliznado, tapas recicladas, lo que hacía ver el letrero mucho mejor de lo que ya era.
El dueño no estaba solo, también estaba su tío, quien lo estaba visitando y le ayudaba con las cosas del hostal y mientas le colaboraba a Diego, nos hablaba de los años trabajando como gestor ambiental en Alejandria, 9 en total. Su tío era una persona con un gran carisma y que divertía al contar la historia, era de esas personas que te dejan queriendo saber más de los relatos.
Nos habló de las historias que sólo pasan en los pueblos, historias que me hacian recordar mi niñez por los cafetales de la finca de mi tío en Fredonia y los tiempos que pasaba con mis abuelos en Abriaquí, la tranquilidad y la posibilidad de aventuriar.
Él hablaba de las bondades del pueblo que le había dado a su esposa y madre de sus hijas y de la gente con la que había compartido, de los proyectos que había culminado. Después de esa charla decidí terminar de conocer el pueblo y bajar hasta el balneario natural, para después regresar al hostal y encontrarme cib la cara amable de Diego, quien me preguntó cómo me había ido, y respondí a su pregunta con una sonrisa.
Aunque estaba muy cansada, me quede hablando un rato más con Diego, me contó sus experiencias en Estados Unidos, país en el que había vivido 22 años de su vida, y en el que había trabajado como profesor, y de las experiencias con sus estudiantes, además de sus viajes como mochilero y de lo de feliz que se sentía de haber regresado a su país y el por qué de haber tomado la decisión de empezar este gran proyecto en el cual había invertido todos sus ahorros, un proyecto al que le tenía mucha fé.
Aunque la conversación estaba muy interesante, el cansancio hizo que me acostara, ademas porque al día siguiente me esperaba otra aventura.
Al día siguiente Diego me llevó a unas cascadas, aunque todavía estaba cansada del día anterior, la idea de ver otras cascadas realmente me emocionaba. Recorrimos 12 km para llegar hasta las cascadas y 12 más para regresar al hostal, pero antes de las cascadas visitamos el primer puente colgante de todo el Oriente, ubicado en Santo Domingo. Luego del puente llegamos a las cascadas, además de ser grandes y bonitas había un espacio para acampar cerca de ellas, la excusa perfecta para volver.
Debido a que tenía que trabajar al día siguiente, tuvimos que devolvernos un poco rápido, al llegar al hostal, organicé mis cosas para tomar el segundo y último bus que salía para Guatapé, cuando iba en el bus no podía quitarme la sonrisa de la cara y me quedaba mirando el camino y me preguntaba si yo estaba loca por haberme recorrido todo ese camino, pero con la satisfacción de haberlo logrado, pero al mismo tiempo con la preocupación por lo que iba a decir mi jefe por haberme llevado la bicicleta sin siquiera preguntarle y por el echo de haberme ido sola hasta un pueblo desconocido.
Una linda historia escrita por Yessica Soto Cardona, una huesped de Golden Elephant Hostel ex-empleada del hostal El Encuentro gracias por compartila.
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